Esto lo escribo con la mente en un día de enero del presente. Digamos que, de alguna manera, lo que sentí ese día estoy recordándolo mientras escucho el maestro tributo a Pablo de Rokha por Ocho Bolas.No recuerdo el día exacto, pero sí a la perfección lo que pasaba por mi cabeza al momento de tomar tal decisión.
Estoy en mi pieza en Concepción, he esperado este momento por mucho tiempo. Mis papás llegaron hace poco desde Rancagua, vienen a buscarme porque, ¡al fin!, salí de vacaciones. Hay que dejar la pensión y llevarse todo. Estoy nerviosa.
Saludo a mi papá, lo abrazo y beso. Luego a mi hermana. Luego a mi mamá. Lloro. Lloro con la misma desesperación con la que había derramado lágrimas la noche anterior. Y la anterior a esa. Y así hacia atrás.
Estoy nerviosa. Tengo miedo.
Entramos. Subimos. Hay algo que quiero decir y tengo miedo. Mi mamá ya lo sabe, lo sabe hace tiempo. No sé qué pensará mi papá; me aterra pensar en su reacción.
Estoy en el dormitorio y mi papá entra para darme las buenas noches; es tarde y hay que descansar. Mañana partimos temprano a Valdivia por unos días.
Se sienta en la cama, me mira y pregunta, para mi sorpresa, aquello que tanto me quita el sueño.
—Tracy, ¿sigues en la carrera?— Me pregunta algo triste.
—No, papá. No puedo seguir
—¿Por qué?
—No es lo mío, papá. Por años creí que era lo que quería estudiar y, una vez inmersa en ese mundo, me di cuenta que no es para mí.
—Entiendo.
—No es lo que quiero para mi vida. Estar acá sola, lejos de casa, conocer gente, tener actividades fuera de la U me hicieron ver que son otras las cosas que realmente me llenan. No puedo seguir.
—¿Y qué piensas hacer?
—Volver a casa, prepararme de nuevo.
—¿Y dónde quieres estudiar?
—En Santiago.
—Bueno. Averigua los trámites que tienes que hacer para retirarte y te vuelves a Rancagua. Allá conversamos el resto.
—Gracias, papá.
Eso fue todo. El monstruo que había creado en mi mente solo habitaba ahí.
Sigo nerviosa, me cuesta creer que la conversación fue mucho más fácil y tranquila de lo que pensaba. No concibo el hecho de que mi papá lo haya tomado tan bien. No sé.
Si hay algo que aprendí en el 2010, año en el que estuve lejos de casa, viví sola y experimenté esa cosa tan rica que llaman vida universitaria, es que nada va a llegar si lo esperas sentada y de brazos cruzados. Hay que salir a buscar, hay que levantar la voz y, por sobretodo, hay que atreverse.
En mi mente sigue la frase que un día me dijeron «La U cambia a las personas, ten cuidado» y hoy, a más de un año de haber comenzado la experiencia y casi a seis meses de haberla concluido, puedo asegurar que tal tesis queda, en mi caso, totalmente refutada.
Crecí, vaya que sí. Aprendí muchas cosas, la más importante es valorar a la gente que tengo a mi lado. Conocí a personas maravillosas, lugares increíbles, historias de vida muy similares y diferentes a la mía; encontré gente con la que compartí y disentí ideas y formas de vida.
Me caí varias veces y, pese a que dolió en demasía, me levanté sola.
Aprendí, insisto, un sinfín de cosas; desde cómo hacer un bistec hasta cómo administrar la plata para el mes (aunque me hubiese gustado alargarme unos centímetros, también).
Crecí y, sin embargo, no cambié. Mantengo la idea de hacer lo que realmente me gusta, de ir por aquello con lo que, creo, puedo hacer buenas cosas.
Sigo creyendo en mí, y eso, no me lo quita nadie.
3 comentarios:
Valiente
Se necesitan huevos para todo eso.
Si fueras hombre te invitaría a Estrella del Oriente.
Si no fueras de Rancagua te compraría queques de 300 al lado de la Pinacoteca.
Si estuvieras acá, te daría un abrazo y te diría que tuvieras fuerza. Es fácil aceptar un error y dejarlo así. Aguante y sigue adelante, persigue tu sueño y sé feliz.
Felicidades por tener el valor de dar el paso.
Y gracias por hablarme de la versión de Andrew Bird ;)
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