Camino, respiro, camino, respiro, camino, camino, camino... Me detengo.
Veo a mi alrededor y me doy cuenta de lo jodido que está el mundo; veo las calles, las caras sin gestos, los pasos sin destino. Veo a jóvenes abrumados por problemas sin solución, matrimonios en crisis por la presión de pagar cuentas, niños en la calle sin algo para comer, madres solteras prostituyéndose para alimentar a sus hijos, políticos de traje y corbata que, con celular en mano, evaden el mundo que manejan, y al cual parecieran no pertenecer. Los problemas de todos salen a flote, pero todos... Todos caminan.
Sigo caminando, decido no detenerme. Por mi lado pasan tiendas que ofrecen felicidad momentánea (al menos, eso creen ellos), bancos que prometen solucionar problemas, cafeterías que pretenden venderte un dulce momento (para que cambies un poco la cara y no amargues a otros con tu estado anímico), farmacias que, en vez de ayudarte, te sacan dinero como cual niño saca dulces de un kiosko sin dueño.
La mierda en la que vivo. Qué ganas de corromper la mierda.