5 de marzo, 7:50 am.
Otro año más, el último de muchos. Desperté más tarde que de costumbre (el primer día de clases suelo despertar a las 6.30. Hoy, lo hice a las 7.30) debe ser porque este año lo esperé desde que me puse por primera vez un uniforme (solo soñaba con salir e ir a la universidad, trabajar, casarme, formar familia, ser feliz y esas típicas cosas con las que soñamos en la infancia) y ahora, que estoy aquí, no lo quiero.
Estoy en el colegio, en aquel colegio de monjas del que tanto reclamo en mi perfil de este blog, en el que hay menos monjas que alumnas (y eso que somos pocas), pero es acogedor.
Estoy aquí, en la fila de siempre, con la gente de siempre, en una sala distinta y sentada al final junto a la Mackenzi. Llega el Pato y nos regala bombones y dulces que el Titi, nuestro profe jefe, nos había mandado. Nos habla del programa de Matemática de 4to Medio, sobre la psu y otras cosas. No presto atención, estoy en otra.
Estoy pensando en lo corto que será este año y lo mucho que debo aprovecharlo. Pienso en la Gira de Estudios, en los carretes con el curso, en el tiempo que pasaré con mi promo, con las lerdas de siempre, con mis amigas.
Hay que aprovechar el tiempo que queda.
De lo bueno, poco. Como dice el lema de nuestro polerón.
-Oye, encontré la terapia perfecta-
-No tengo plata
-No me refiero a medicina-
-¿Qué es, entonces?
-Vivir-