Estaba sentada, no sé dónde, pero el lugar me parecía tan conocido que, sin haber estado antes ahí, me sentía como en casa. Era una noche helada, sentía frío por todas partes y, aunque no funcionó, traté de alejarlo fumando un cigarro tras otro. No sabía qué hacía ahí, sentada en medio de la nada sola, nerviosa y esperando algo... O a alguien.
Hasta que apareció. Apareció y se sentó a mi lado, sin decir palabra alguna. Llevaba un abrigo negro, bufanda roja y una guitarra que, sin tocarla, logré escuchar.
Le dije
Conversamos a través de nuestros ojos, nos entendíamos perfectamente y, aunque solo llevaba cinco muntos a su lado, supe que había encontrado lo que tanto buscaba.
No recuerdo qué ocurrió después, solo recuerdo su cara y su nombre. Recuerdo sus letras incomprendidas, su voz intolerada por muchos, y el rasgueo de guitarra que tanto lo caracteriza.
Anoche soñé con él nuevamente, y no sé si deba contarlo.
Obsesión culiá.