Nunca olvidaré el primer lugar en el que vivimos: Una pensión. Era una casa enorme, vivía mucha gente y con mis viejos vivíamos en una pieza con TV y una cama de 2 plazas.
Tiempo más tarde mi papá arrendó una casa, era azul con rejas negras y ahí viví gran parte de mi linda infancia, -llena de momentos felices gracias al sacrificio de mis padres por siempre darme lo mejor-. Fui al jardín, al colegio, comencé a crecer y a entender muchas cosas.
No recuerdo bien cuando fue el momento preciso en el que conocí a O’Higgins, pero sé que gracias a mi abuelo, mi papá y un amigo de éste, el “Chico Méndez”, comencé a introducirme en el mundo del fútbol.
Lo que sí recuerdo perfectamente, fue la primera vez que fui al estadio. Era muy chica y fui con mi papá y mis abuelos. Jugaba O’Higgins con CDA, en el estadio regional de Antofagasta, partido por la 2da división.
Recuerdo que la noche anterior mi mamá se amaneció haciéndome plumeros celestes con negro, para alentar como se debía al hoy “Capo de Provincia”. Camino al estadio, en el auto, iba muy nerviosa ya que sería mi primera vez en tal lugar, y experimentaría esa tan rica sensación que se genera cuando se está ahí, presenciando un partido.
Llegamos al estadio, mi papá compró las entradas y nos ubicamos donde estaba la hinchada Celeste. La primera impresión que tuve, fue que O’Higgins no tenía muchos “fans” como yo les decía, ya que recuerdo que éramos aproximadamente 20 celestes, o tal vez un poco más, que estábamos ahí viendo el partido. De lo otro que me di cuenta fue que con mi abuela éramos las únicas mujeres en ese lugar, lo cual me causaba mucha gracia ya que siempre me sentía distinta a los demás.
Comenzó el partido, como de fútbol no entendía nada y solo sabía que “el que hace más goles gana”, saltaba y gritaba “vamos O’Higgins” agitando los plumeros que con tanto amor me había hecho mi mamá. Luego de un rato, me senté al lado de mi Tata QEPD, y comía un sin fin de cosas que mi mamá nos había mandado, cuando de pronto escuché algo que jamás había oído, que quedó grabado en mi corazón mucho más que en mi mente, y lo que grito hoy cada vez que voy al estadio: OHI OHI, RA RA. OHI OHI, RA RA. OHI OHI, RA RA… OHIGGINS DE RANCAGUA!.
En un par de segundos me aprendí ese tan simpático grito y lo decía cada vez que los demás también lo hacían. Cuando escuché el grito por primera vez, cambió totalmente la percepción que tenía de la “hinchada” antes de que empezara el partido. Ya que esas 18, 19 personas, sonaban realmente como miles. Cosa que siempre tuve presente y el día de hoy, que ya tengo unos añitos más, destaco de aquellas personas las mismas características de muchos de los hinchas de hoy: Pasión, garra (aunque suene un poco zorra ja!) y amor por la camiseta.
Fin de los 90’, O’Higgins perdió (no recuerdo el resultado). Al salir del estadio había un niño de unos 20 años que me miró y me dijo: Niñita, ¿Tení una moneda que me dí pa’ volver a Rancagua?. Lo miré y, como no tenía plata, solo atiné a darle uno de mis plumeros. Llegué a la casa con cierta pena por la derrota, lo que con los años se transformó, verdaderamente, en un lindo e imparable amor.
El tiempo pasó y varios partidos de este tipo presencié en Antofagasta; hasta que luego gracias a la magia de Internet pude seguir a O’Higgins por todo Chile.
Estando ya algo más grande, mis compañeros me molestaban por no ser de clubes “más conocidos” como el colo o la chile. La verdad es que nunca me importó ese tipo de comentarios, creía y sigo creyendo que es una lástima para ellos el no conocer el verdadero amor hacia un Club que, al final, es mucho más que eso. Forma parte de nuestras vidas, es parte de nuestra historia.
Pasaba el tiempo y cada día más O’Higgiana me sentía, la distancia poco me importaba. Con escuchar los partidos ya lo tenía todo. En el 2005, cuando O’Higgins volvió a 1ra división, ese partido que escuché por radio a través de Internet, fue lejos el más emocionante que he oído. El estar gritando junto con mi viejo al frente del pc, fue realmente algo muy emocionante para ambos.
A mediados del 2005 la historia en mi familia cambió rotundamente. A mi viejo le detectaron un problema al corazón, lo cual se debía operar lo más pronto posible. Esa fue una de las razones por las que volvimos a vivir Rancagua. Mi papá?, el sigue bien y aun no se ha operado.
Con mi hermana llegamos el 20 de febrero del 2006 a Rancagua, y mi abuelo, con el que fui por primera vez al estadio, murió el 1 de marzo del mismo año; hecho que marcó profundamente la vida de cada uno de los integrantes de mi gran familia.
El 2006 fue lejos el año más duro que he pasado: La muerte de mi abuelo, el cambio de ciudad, colegio nuevo, etc. Todo se mezcló y provocó que mi vida fuese un desastre y, aunque todos los años yo venía de vacaciones a Rancagua, cambiar radicalmente de vida de un día para otro fue muy difícil.
Pero sin duda alguna, hubo algo que me permitió de alguna u otra forma salir adelante: Volví a alentar a O’Higgins, pero ahora en el Teniente. Me costó harto aprenderme cada una de las canciones que cantaba (y aun canta) lo que se conoce como Trinchera Celeste. De ahí siempre que voy al estadio estoy en la TC, sin siquiera formar parte de ella. Pero me sentía, y sigo sintiéndome igual, como muchos de ellos que aman al Club.
Y ahora, diciembre del 2007, aun voy al estadio, viajo cuando puedo (maldita edad, si pudiera mandarme sola, ja!) participo en banderazos y sigo cantando junto a la Trinchera (y creo que ahora sí formo parte de ella). Las cosas mucho no han cambiado, o talvez sí; ya que como dice la canción “Han pasado los años, jugadores también dirigentes. Pero lo que no pasa, la alegría de toda esa gente”. El fútbol ya no es el mismo de hace un par de años atrás y ahora solo estoy un poco más grande, es todo.
Pero hay algo que en mí cambia cada día: El amor por los colores, por O’Higgins y su historia y el amor por su hinchada. Porque como quien dice: “O’Higgins no tiene la hinchada más grande, si no la más fiel” y eso es lo que verdaderamente importa.
Por nada cambiaría este sentimiento tan hermoso que, desde muy pequeña, vive conmigo y cada día se hace más fuerte. Como dicen por ahí “Ni por mil copas cambiaría esta pasión”.
domingo, 30 de diciembre de 2007
Celeste de pendeja y hasta vieja no voy a parar...
Me fui a los 3 años y medio a vivir a Antofagasta. Recuerdo cuando partimos en avión con mi mamá a vivir al norte con mi padre, luego de estar un año sin él.
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